#24 - Earl Monroe: la perla más brillante de New York
En Baltimore creció como jugador y en la Gran Manzana alcanzó la madurez y la gloria colectiva. Esta es la historia de Earl the Pearl.
“El caso es que no sé qué voy a hacer con la pelota. Y si no lo sé ni yo, estoy seguro de que el tipo que me está defendiendo tampoco lo sabe”.
Earl Monroe
Antes de la refrescante irrupción de Magic Johnson y el genuino Showtime angelino, la NBA alumbró a otro ‘Magic’. Un auténtico virtuoso con el balón en sus manos e imparable en el uno contra uno gracias a su repertorio de movimientos impredecibles y letales. En pocas palabras, un mago del baloncesto: ‘Black Magic’. Este fue uno de los muchos apodos que recibió a lo largo de su carrera uno de los jugadores más representativos y carismáticos de la década de los 70.
Earl Monroe recaló en la NBA en 1967, competición en la que disputó trece temporadas repartidas entre los Baltimore Bullets y los New York Knicks, donde fue considerado “el jugador callejero definitivo” por su compañero de equipo Bill Bradley. Aunque nunca fue especialmente rápido, Monroe compensó su falta de habilidad atlética con un control del balón exquisito y una capacidad asombrosa para superar a su rival en el face to face.
Su característico spin move, resuelto con un tiro en suspensión que daba la sensación de flotar eternamente en el aire, emergió como su principal seña de identidad. Su estilo de juego poco ortodoxo, lleno de vacile, dribles, fintas y lanzamientos circenses más propios de los Globetrotters, lo convirtieron en un auténtico puñal muy difícil de detener, principalmente cuando encaraba el aro. Como declaró en una ocasión su compañero en los Bullets, Ray Scott: “Dios no podría frenar en un uno contra uno a Earl”.
El estilo de juego impredecible y anárquico de Monroe le valió para promediar 18,8 puntos por partido a lo largo de su carrera, mientras se estableció como un pilar fundamental de los New York Knicks que conquistaron el campeonato de la NBA de 1973; además de firmar cuatro apariciones en el All-Star Game y una en el Mejor Quinteto de la competición.
La ‘magia negra’ del Playground
Monroe creció en uno de los barrios más duros y conflictivos del sur de Filadelfia. Sin embargo, su condición de ‘profeta del baloncesto’ estaba muy lejos de ser tal durante su infancia. Más interesado por el fútbol y el béisbol, no fue hasta los catorce años cuando el típico estirón de la edad lo elevó hasta los 188 centímetros de altura, abrazando, así, el deporte de la pelota naranja. Fue entonces cuando llamó la atención de los entrenadores, quienes guiaron sus primeros pasos en el mundo del baloncesto en torno a la posición de pívot, donde jugó gran parte de sus minutos durante su adolescencia.
Su limitada habilidad le obligó a dar rienda suelta a su imaginación, puliendo y desarrollando una serie de movimientos que terminarían por impresionar al público presente en los playgrounds de la ciudad, donde empezó a escribir su leyenda. Sus travesuras corrían como la pólvora y, por ende, llamaron la atención de los dirigentes de las principales universidades de todo el país.
Pese a los cantos de sirena, Monroe optó por unirse a la humilde Winston-Salem State, una pequeña universidad de mayoría negra en Carolina del Norte. Allí encontró una figura paterna en el entrenador Clarence Gaines y se convirtió en un anotador de primer nivel. Como senior, coincidiendo con el curso 1966-67, Earl lideró a su equipo al título de la División II de la NCAA con unos estratosféricos promedios de 41,5 puntos por velada. Un periodista deportivo local acuñó, por aquel entonces, una frase, “Las Perlas de Earl” (para referirse a todos los puntos que anotaba), que terminaría por establecer el principal apodo del genio (Earl The Pearl).
La perla de Baltimore
Así, con el ciclo universitario cerrado, Monroe se presentó al draft de 1967, siendo elegido en la segunda posición por los Bullets, una franquicia sin apenas éxito hasta entonces.
Durante su temporada rookie, los resultados de la franquicia prosiguieron la dinámica derrotista reinante hasta entonces, pero el joven base presentó sus credenciales ante la liga. Fue nombrado Rookie del Año después de promediar 24,3 puntos por partido, incluyendo un tope personal de 56 tantos ante Los Ángeles Lakers de Jerry West, Elgin Baylor y Gail Goodrich.
La suerte de los Bullets mejoró considerablemente después de que la directiva rodeara a Monroe de una sólida plantilla que incluía al All-Star Wes Unseld, la fortaleza de Gus Johnson, el talento de Jack Marin y los exteriores Kevin Loughery y Fred “Mad Dog” Carter. Monroe se encontraba al frente de esta manada, liderando un ataque precursor del ‘Run & Gun’ e impulsado por los rápidos pases al contraataque de Unseld. Durante las siguientes tres temporadas, Monroe promedió 25,8, 23,4 y 21,4 puntos, respectivamente, llevando a su equipo a los playoffs cada año.
Al carecer de gran velocidad y capacidad de salto, Monroe lo compensó con una elegancia particular y un spin move marca de la casa que iniciaba cargando contra el rival para, posteriormente, girar y firmar uno de sus poco ortodoxos lanzamientos. Como ‘Plan B’, Earl apelaba a sus fintas y engaños para deslizarse entre sus desconcertados contrincantes y anotar una bandeja.
En consecuencia, muchos aficionados, entrenadores, ejecutivos y rivales compararon su forma de jugar con escuchar jazz. Sus movimientos se asemejaban a improvisaciones libres, riffs que despegaban a mitad del vuelo y cambiaban de dirección de forma impredecible.
“Pon una pelota en sus manos y él hará cosas maravillosas con él”, llegó a decir su entrenador en Baltimore Gene Shue. “Tiene la mejor combinación de habilidad en el baloncesto y talento para el espectáculo.”
El salto a La Gran Manzana
Curiosamente, hasta en tres ocasiones llegarían a cruzarse los Knicks en el camino de Monroe y sus Bullets, con un bagaje de 2-1 a favor de los neoyorquinos en playoffs. La única victoria de los de Baltimore en post-temporada tendría lugar en las Finales de Conferencia de 1971, cuando eliminaron a los Knicks en siete partidos para, posteriormente, ser barridos en las Finales por los Milwaukee Bucks de Lew Alcindor y Oscar Robertson.
Sin embargo, Monroe no pudo satisfacer a muchos puristas del baloncesto, que tendían a minimizar sus virtudes. A pesar de que había llevado a Baltimore a luchar por el campeonato, algunos percibieron en Monroe a un presumido que se preocupaba más por anotar puntos que por ganar partidos.
Monroe no tuvo la oportunidad de demostrar que sus críticos estaban equivocados. Al menos no con los Bullets. El 10 de noviembre de 1971, ocurrió lo impensable: Monroe fue traspasado a los ‘odiados’ Knicks, su principal rival de la época. Durante el verano había discutido de forma efusiva con la gerencia de los Bullets sobre su salario, considerando, incluso, la opción de desertar a la ABA de la mano de Indiana Pacers.
En la Gran Manzana conformaría uno de los mejores backcourt de todos los tiempos junto a Walt Frazier. Una conexión que se traduciría en un nuevo campeonato para los Knicks, en 1973, y primero en su palmarés personal, eliminando, por el camino, a su antiguo equipo.
El asistente defensivo de Frazier se enfrentaba a menudo con Monroe en los entrenamientos, sin resultado, llegando a comparar el trabajo de defenderle con «ver una película de terror». Después de una de sus primeras diabluras con el balón, Frazier se maravilló: «Tendría que noquearlo para detenerlo. Pone su cuerpo entre la pelota y tú para que no puedas alcanzarlo. Sin embargo, parece muy relajado. No muestra ni un poco de presión».
Para hacerse con sus servicios, los Knicks enviaron a Baltimore a Mike Riordan, Dave Stallworth y dinero en efectivo. La gerencia Nueva York logró retener a la columna vertebral del equipo campeón en 1970, pero no todos aplaudieron el intercambio. Los críticos cuestionaron si el estilo individual de Monroe chocaría con el ambiente coral neoyorquino, enfatizado en la defensa y un baloncesto desinteresado.
Unas dudas que, en primera instancia, parecieron cumplirse. Earl tuvo problemas para adaptarse al nuevo sistema. Con Frazier como director de orquesta, Monroe tuvo que lidiar con aceptar un papel secundario y ver reducidas sus posesiones con el balón. También hicieron mella en él las lesiones, con problemas físicos en rodillas y tobillos que lo limitaron a apenas 21,2 minutos por partido y los peores promedios anotadores de su carrera: 11,9 puntos.
Pero en su segundo año todo cambio. Monroe y Frazier comenzaron a complementarse a la perfección y la conexión explotó, siendo bautizados como el ‘Rolls Royce Backcourt’. Después de terminar segundos en la División Atlántico, los Knicks se enfrentaron, nuevamente, a los Bullets en playoffs. Una serie sencilla, saldada por un contundente 4-1, incluyendo 32 puntos en el Game 2 que suponía la máxima anotación de Monroe como Knickerbocker. En semifinales, la gesta, eliminando a los Celtics, quienes habían concluido la regular season con 68 triunfos, en una dramática serie que se decidió en siete partidos, el último de ellos en Boston, saldado con un contundente 94-78. Los Knicks avanzaron a las Finales, donde conquistaron el tan ansiado campeonato tras derrotar a Los Ángeles Lakers, con 23 puntos de Monroe en el quinto y decisivo duelo.
Al final de dicha temporada, Monroe se había convertido ya en el gran favorito de los aficionados del Madison. Aunque promedió unos, relativamente, modestos 15,5 puntos por encuentro, sus movimientos sobre el parqué se mantenían tan deslumbrantes y mágicos como siempre. Su juego, en contra de los temores iniciales, estuvo muy lejos de ser egoísta y aceptó sin reproches la misión defensiva de frenar a la estrella rival, lo que otorgó una mayor libertad de movimiento a Frazier. “Soy un tipo diferente de jugador, más dedicado, seguro e intenso”, declararía a la revista Hoop. “Con Frazier no manejo tanto la pelota, pero, por muy bueno que sea el equipo, todo se reduce a un uno contra uno”.
Tras el campeonato, sin embargo, el proyecto comenzó a tambalearse. Willis Reed, maltrecho por las lesiones, solo disputó una temporada más. Jerry Lucas y Dave DeBusschere se retirarían también tras la campaña 1973-74. Bill Bradley, otro de los pesos pesados de la plantilla continuaría hasta 1977, el mismo año en el que los Knicks enviaron a Frazier a Cleveland. Así se escribió el punto y final de un equipo de leyenda.
Tras ello, los Knicks cayeron en picado hasta el punto de no poder clasificarse, siquiera, para los Playoffs de 1979 y 1980, coincidiendo con las últimas dos temporadas de Monroe.
El legado de ‘Black Jesus’
Earl se retiró en 1980 con un bagaje total de 17.454 puntos en 926 partidos. Después de colgar las zapatillas encontró cobijo en el mundo del espectáculo y el entretenimiento. Dirigió varios grupos de música, lanzó una compañía discográfica llamada Pretty Pearl Records y regresó al mundo del baloncesto para trabajar como comentarista televisivo.
Poco después, en 1989, Monroe fue elegido para ser incluido en el prestigioso Hall Of Fame y, en 1996, vio como su nombre era añadido, junto al de otros ilustres, en la lista de los 50 mejores jugadores de todos los tiempos y, más recientemente, en el Equipo del 75º Aniversario de la NBA.
“Si por alguna razón alguien se acordara de mi, espero que me recuerden como una persona que podía jugar al baloncesto y emocionar a los aficionados”.
Un deseo que confirman todos aquellos que vieron jugar in situ a ‘Black Jesus’.